El primero de Diciembre nos encontró de nuevo en la ruta bordeando la maravillosa Península de Coromandel: a nuestra izquierda el Mar de Tasmania de un sobrio azul, a nuestra derecha montañas de vegetación frondosa, eclipsando el cielo gris con un poderoso verde esmeralda. La ruta suave nos fue acunando zigzagueante por contornos de mar y bosque hasta el pueblito de Coromandel, en el noroeste. Mucho más pequeño de lo que lo imaginábamos, fue nuestro marco de descanso para unos mates frente a un arroyo, antes de seguir viaje, cruzando la península, rumbo a playas de arenas blancas.
Encontramos nuestro anhelado paraíso en Hahei, un pueblito enclavado entre montañas boscosas con una orilla deliciosamente blanca, un mar azul-verdoso que acompasa el ritmo lento de la vida y extrañas formaciones rocosas que emanan del medio de océano recortando el horizonte en islas. El camping es bellísimo y queda sobre la playa. En las noches, el silencio es rotundo y uno se sumerge en los sueños escuchando la perseverancia del mar.
Kala está fascinada con la playa, la arena es su gran descubrimiento: se tira de panza, se la lleva a la boca todo el tiempo, se hace milanesa (especialmente después de que le ponemos crema solar), hace piruetas y como todavía le resulta raro caminar en la playa va en puntas de pie para todos lados. El mar la deslumbra, le encanta esperar las olas y se mata de risa cuando le tocan los pies. Igual es muy frío asi que no la podemos convencer de pegarse un chapuzón, a no ser en Hot Water Beach. Hoy fuimos a participar de un evento único, a 6 km de Hahei está esta playa que acuna un suceso llamativo. Durante un par de horas al día baja la marea y te deja llegar al pie de unas rocas volcánicas. En ese lugar, al cavar en la arena encontrás puntos donde brota agua caliente y sorprendentemente se forma tu propio spa termal. En algunos puntos es tan caliente que tenés que dejar entrar un poco de agua del mar para poder relajarte y sentarte a disfrutar. Kala no lo podía creer: en su propia piletita de arena, con agua calentita y con el mar rodeándola.
Un viaje trae a otro viaje indudablemente. Siempre lleva unos días despejar la cabeza de pensamientos cotidianos y sentirse definitivamente en viaje. Los pies en la arena, las rocas inmensas asomando desafiantes sobre el océano, el aire cargado de sal nos traen imágenes de Vietnam, de la bahía de Halong. Respiramos hondo y volvemos otra vez a aquella sensación de dicha inconmensurable, de paisaje permanente. Otra vez en aquel viaje que es parte de este mismo viaje, del mismo camino que elegimos andar.
Con Kalita a cuestas decidimos hacer la caminata hasta Cathedral Cove. El camino, que parte desde un mirador de la ruta, va bordeando la costa desde arriba, entrando y saliendo en un bosque con algunos claros que permiten una visión completa de la bahía. A lo lejos se ve la playa de Hahei y más cerca la bahía esmeralda. Finalmente se llega a la bella Cathedral Cove, conocida por una gran cueva con forma de catedral que se forma en una de sus salientes, una especie de encuadre gótico del mar. Con el cielo despejado y el día cálido, nos atrevimos al frío del mar, un baño rápido pero delicioso. Kala encontró un arroyito que bajaba de una tímida catarata para perderse en el mar, su diversión fue sentarse en la corriente y recibir las olitas suaves que devolvía la marea. Se entretuvo un rato largo observando cómo el arroyo dibujaba un río para un lado y el mar se empecinaba en invertirle la corriente. Indudablemente, una criatura te devuelve la sorpresa de lo más simple.
Encontramos nuestro anhelado paraíso en Hahei, un pueblito enclavado entre montañas boscosas con una orilla deliciosamente blanca, un mar azul-verdoso que acompasa el ritmo lento de la vida y extrañas formaciones rocosas que emanan del medio de océano recortando el horizonte en islas. El camping es bellísimo y queda sobre la playa. En las noches, el silencio es rotundo y uno se sumerge en los sueños escuchando la perseverancia del mar.
Kala está fascinada con la playa, la arena es su gran descubrimiento: se tira de panza, se la lleva a la boca todo el tiempo, se hace milanesa (especialmente después de que le ponemos crema solar), hace piruetas y como todavía le resulta raro caminar en la playa va en puntas de pie para todos lados. El mar la deslumbra, le encanta esperar las olas y se mata de risa cuando le tocan los pies. Igual es muy frío asi que no la podemos convencer de pegarse un chapuzón, a no ser en Hot Water Beach. Hoy fuimos a participar de un evento único, a 6 km de Hahei está esta playa que acuna un suceso llamativo. Durante un par de horas al día baja la marea y te deja llegar al pie de unas rocas volcánicas. En ese lugar, al cavar en la arena encontrás puntos donde brota agua caliente y sorprendentemente se forma tu propio spa termal. En algunos puntos es tan caliente que tenés que dejar entrar un poco de agua del mar para poder relajarte y sentarte a disfrutar. Kala no lo podía creer: en su propia piletita de arena, con agua calentita y con el mar rodeándola.
Un viaje trae a otro viaje indudablemente. Siempre lleva unos días despejar la cabeza de pensamientos cotidianos y sentirse definitivamente en viaje. Los pies en la arena, las rocas inmensas asomando desafiantes sobre el océano, el aire cargado de sal nos traen imágenes de Vietnam, de la bahía de Halong. Respiramos hondo y volvemos otra vez a aquella sensación de dicha inconmensurable, de paisaje permanente. Otra vez en aquel viaje que es parte de este mismo viaje, del mismo camino que elegimos andar.
Con Kalita a cuestas decidimos hacer la caminata hasta Cathedral Cove. El camino, que parte desde un mirador de la ruta, va bordeando la costa desde arriba, entrando y saliendo en un bosque con algunos claros que permiten una visión completa de la bahía. A lo lejos se ve la playa de Hahei y más cerca la bahía esmeralda. Finalmente se llega a la bella Cathedral Cove, conocida por una gran cueva con forma de catedral que se forma en una de sus salientes, una especie de encuadre gótico del mar. Con el cielo despejado y el día cálido, nos atrevimos al frío del mar, un baño rápido pero delicioso. Kala encontró un arroyito que bajaba de una tímida catarata para perderse en el mar, su diversión fue sentarse en la corriente y recibir las olitas suaves que devolvía la marea. Se entretuvo un rato largo observando cómo el arroyo dibujaba un río para un lado y el mar se empecinaba en invertirle la corriente. Indudablemente, una criatura te devuelve la sorpresa de lo más simple.
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